Sobre las mesas, botellas decapitadas de “champagne” con
corbatas blancas de payaso, baldes de níquel que trasuntan
enflaquecidos brazos y espaldas de “cocottes”.
El bandoneón canta con esperesos de gusano baboso, contradice
el pelo rojo de la alfombra, imanta los pezones, los
pubis y las puntas de los zapatos.
Machos que se quiebran en cuarto ritual, la cabeza hundida
entre los hombros, la jeta hinchada de palabras soeces.
Hembras con las ancas nerviosas, un poquito de espuma
en las axilas, y los ojos demasiado aceitados.
De pronto se oye un fracaso de cristales. Las mesas dan
un corcovo y pegan cuatro patadas en el aire. Un enorme
espejo se derrumba con las columnas y la gente que tenía
dentro; Mientras entre un oleaje de brazos y de espaldas estallan
las trompadas, como una rueda de cohetes de bengala.
Junto con el vigilante, entra la aurora vestida de violeta.
Oliverio Girondo
Bueno Aires, octubre, 1921
corbatas blancas de payaso, baldes de níquel que trasuntan
enflaquecidos brazos y espaldas de “cocottes”.
El bandoneón canta con esperesos de gusano baboso, contradice
el pelo rojo de la alfombra, imanta los pezones, los
pubis y las puntas de los zapatos.
Machos que se quiebran en cuarto ritual, la cabeza hundida
entre los hombros, la jeta hinchada de palabras soeces.
Hembras con las ancas nerviosas, un poquito de espuma
en las axilas, y los ojos demasiado aceitados.
De pronto se oye un fracaso de cristales. Las mesas dan
un corcovo y pegan cuatro patadas en el aire. Un enorme
espejo se derrumba con las columnas y la gente que tenía
dentro; Mientras entre un oleaje de brazos y de espaldas estallan
las trompadas, como una rueda de cohetes de bengala.
Junto con el vigilante, entra la aurora vestida de violeta.
Oliverio Girondo
Bueno Aires, octubre, 1921
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